Psicodelia de trópico y montaña: una exploración de la cumbia, la chicha y el chucu-chucu

Por: David Vargas Serani

Con el comienzo de diciembre es ya tradición que en la radio empiece a sonar un género particular: llámesele cumbia, porro, música tropical bailable o chucu-chucu, este género está profundamente arraigado a nuestra cultura como pueblo colombiano —como explica Julio Ernesto Estrada, ‘Fruko’, en una entrevista, “los niños pequeños, cuando oyen esta música, tienen las manitos preparadas para aplaudir con el ritmo”—. Junto con los villancicos tradicionales, los buñuelos, la natilla, y como dice Rodolfo Aicardi, un poco de tabaco y ron, el chucu-chucu es inseparable del fin de año colombiano.

 Acaso está tan naturalizado que no nos detenemos a analizar sus particularidades o pensar en su origen, pero cuando lo hacemos, nos damos cuenta de lo fascinantes que son algunas composiciones de la música que encasillamos con estas palabras. Aquí, los ritmos del Caribe colombiano se encuentran con sintetizadores y guitarras eléctricas con efectos más cercanos a la psicodelia que al sonido de Andrés Landero. Esta hibridación en el chucu-chucu viene de su historia: nace de la unión entre dos tradiciones, la cumbia caribeña y la chicha andina, y da origen a canciones fascinantes que invitan a festejar desde las primeras notas.

Para comenzar, hablaremos de la cumbia. Este es un género afrocaribeño, en que se unen estructuras rítmicas afro con instrumentos de raíz indígena, como las gaitas o las flautas de millo. Con el tiempo, particularmente a lo largo del siglo pasado, surgieron variaciones instrumentales en el género, como la inclusión de acordeones, —presente en la música de Landero—, o la adopción del modelo de las big bands, tan bien recibidas durante la era del swing estadounidense y apropiada en Colombia hacia los años 40, de la mano con Pacho Galán o Lucho Bermúdez. La cumbia pasó de ser escuchada en una región limitada del Caribe colombiano a convertirse en un género nacional, escuchado tanto en sus formatos originales de gaitas y tambores como en las versiones sinfónicas de piezas como “Tolú”.

La popularidad del género no se limitó al territorio colombiano. Al sur del país, la cumbia fue bien recibida por innovadores, particularmente en Ecuador y Perú. En el caso ecuatoriano nos encontramos con la figura de Polibio Mayorga, compositor ambateño, quien no es sólo un pionero del género en el Ecuador, sino un pionero del género en general, por su trabajo con sintetizadores, acordeones y guitarras eléctricas, creando un sonido novedoso y con tintes psicodélicos. En su música se unen sonidos típicamente andinos, con los ritmos y el sabor bailable de los géneros afrocaribeños.

 El impulso vanguardista estará también presente en el caso peruano. Un primer representante del género en el país es el limeño Ernesto Delgado, virtuoso de la guitarra y fundador del grupo Los Destellos, en que se funden la fuerte tradición del rock en el Perú —recordemos, por ejemplo, a Los Saicos— con los sonidos de la cumbia. El sonido de Delgado es muy afín a la psicodelia, y lo reconoce al incluir esta palabra en una de sus canciones más famosas: la “Guajira Sicodélica”. En esta y otras composiciones conviven los sonidos de la música andina con las guitarras llenas de efectos del rock psicodélico, todo sentado sobre bases rítmicas bailables.

El trabajo de Ernesto Delgado no se limitará a Los Destellos: también está presente en la inolvidable canción “Caminito Serrano”, de Los Hermanos Zañartu —incluso podemos oír la voz del guitarrista al inicio de la grabación, mientras hace una prueba de sonido—, por mencionar un ejemplo cardinal. Su influencia, además, se extenderá por la bahía limeña, entre grupos fundadores de la chicha —nombre que se le da a la cumbia psicodélica del Perú— como Chacalón y su Nueva Crema o Los Hijos del Sol, y llegará hasta la Amazonía peruana. 

La chicha amazónica es fascinante por su sonido, y por lo extraño que suena en un primer momento que un género del Caribe colombiano, adaptado a sonoridades andinas, transformado además por la inclusión de instrumentos eléctricos como guitarras y sintetizadores, se haya asentado en medio de la selva del Perú. Tres grupos centrales en esta movida son Juaneco y su Combo, Los Wemblers de Iquitos y Los Mirlos.

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     Ahora puede surgir la duda de cómo se reencuentran todas estas raíces en Colombia, y también si es posible que todos los colombianos hayamos escuchado composiciones de Enrique Delgado o de Polibio Mayorga. Las dos preguntas se pueden responder mirando algunas grandes canciones de chucu-chucu. Una de las primeras cumbias de Mayorga, llamada “Cumbia Triste”, de 1967, fue grabada en Medellín un año después, en 1968, por un joven Gustavo Quintero con el grupo Los Hispanos. Otra composición, “Ponchito de Colores”, con fuerte presencia del sintetizador, será grabada por Afrosound, grupo fundamental para esta fusión sonora. Afrosound también se emparenta con la cumbia amazónica, particularmente con sus versiones de canciones de Los Mirlos como “La Danza de los Mirlos”, o “La Marcha del Pato”; y con la limeña con su cover de “Caminito Serrano”, de Los Hermanos Zañartu y Enrique Delgado, mencionada más arriba. Finalmente, y para sorpresa de muchos, la canción “Cariñito”, interpretada por Rodolfo Aicardi, es originalmente peruana, de los Hijos del Sol y compuesta por Ángel Aníbal Rosado.

Para cerrar con esta pieza, —que es menos una investigación exhaustiva y más una invitación a escuchar el chucu-chucu más de cerca—, quisiera referirme a grupos contemporáneos en los que se funden el espíritu vanguardista de tantos artistas de la cumbia y la chicha con los ritmos siempre bailables. Grupos como Frente Cumbiero —que con los Minyo Crusaders hicieron la “Cumbia del Monte Fuji”, guiño a la clásica canción de Pedro Laza y sus Pelayeros—; Los Pirañas —con su “Puerta del Sol”, versión de Tiahuanaco, de Alfredito

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Linares—; la Sonora Mazurén —se destacan sus numerosos homenajes a Mayorga y a Afrosound, como “Caminito de mi Pueblo” y “Tiro al Blanco”, respectivamente—; o el grupo multinacional Chicha Libre —con un repertorio lleno de versiones ‘achichadas’ de piezas clásicas como la Gnossienne No.1 de Erik Satie junto con covers llenos de gracia como “La Danza de los Simpson”, fusión de La Danza de los Mirlos y el tema de la serie animada; y elegías bailables, como lo es Juaneco en el Cielo, en honor al gran músico amazónico. Todos estos artistas se han dedicado a mantener vivo el espíritu de innovación experimental y de festejo regalando a la escena musical un soplo de aire fresco, entremezclando aromas conocidos, como el de la natilla y el buñuelo, con un toque de psicodelia.

Referencias: