Imagen 1. Leopold, Maria Anna y Wolfgang A. Mozart
Por: David Vargas Serani
La misa de réquiem es un acto litúrgico católico, ofrecido para rogar por el descanso de las almas de los difuntos. Como los textos están estandarizados por el rito, de un réquiem a otro podemos encontrar todas las diferencias que es natural que se presenten de un compositor o de un período histórico a otro. Sin embargo, también cada Réquiem nos dice algo sobre la visión que tiene el compositor o compositora, o la sociedad que lo abriga, acerca de la muerte. ¿Qué puede decirnos el Réquiem en Re menor de W.A. Mozart al respecto? Sigue leyendo para descubrirlo.
La misa de Requiem de Wolfgang A. Mozart estuvo revestida de misterio en su época, como su compositor. La identidad de su patrocinador, sus motivos para comisionar la obra, el tiempo que tomaría componerla y quién vería por su finalización, fueron para Mozart datos difusos, aunque siglos después para nosotros sean claros.
El aspecto más llamativo de esta obra está en su condición de ser eternamente inconclusa, pues aunque su pupilo y copista F.X. Süssmayr firmó y entregó una partitura terminada al conde Franz von Walsegg, nunca podremos saber cómo habría desarrollado el propio Mozart las ideas musicales que plasmó en los primeros movimientos.
Mozart es uno de los compositores de música clásica más famosos del mundo, y también de los más prolíficos. Más de 800 obras se le atribuyen. Su formación musical comenzó a la tiernísima edad de cuatro años, y fue desde sus inicios prometedora de una carrera brillante. El padre de Wolfgang, Leopold, era violinista y compositor. Con su esposa, Anna Maria Pertl, tuvo siete hijos de los cuales sobrevivieron a la infancia: Maria Anna “Nannerl”, y Wolfgang. Al notar las facilidades que ambos exhibieron para la música, Leopold se convirtió en su maestro y patrocinador, configurando con ellos un ensamble de cámara que pasó varios años de gira por Europa. Esto contribuyó a que los vínculos en esta familia fueran bastante estrechos.
Las biografías de Mozart suelen concentrarse en su prolífica producción de toda clase de géneros musicales: óperas, sinfonías, música de cámara, misas y conciertos; en su salud frágil; en su aparente afiliación a la masonería; y en cierta cualidad infantil que siempre se le atribuyó. Varios de estos aspectos pueden ser sugerentes de su aproximación a la composición de una misa de réquiem. Algunos autores afirman que presenta el mismo dramatismo lírico de sus óperas, que sus problemas de salud interrumpieron la composición en todo momento, y que esto, sumado a la misteriosa identidad del patrocinador, le hizo creer que había sido envenenado y que estaba componiendo su propio servicio fúnebre.
Como se mencionó antes, la mortalidad infantil en Europa en el siglo XVIII era bastante alta. Wolfgang tuvo seis hermanos, de los cuales únicamente Maria Anna no murió a una edad muy temprana. Asimismo, con su esposa, Constanze Weber, tuvo seis hijos. Sólo dos sobrevivieron. Evidentemente, esta relación con la muerte estuvo presente desde sus primeros años de vida. Más aún, la muerte se le presentaba frecuentemente como una posibilidad ante cualquier episodio de enfermedad, de los cuales hay abundante evidencia a lo largo de su vida.
Cuando tenía 22 años, Mozart buscaba un trabajo en París con su madre, y ambos pasaban una situación económica estrecha. Anna Maria se enfermó gravemente y murió. Las comunicaciones personales del compositor en ese momento sugieren tristeza y dolor, pero también una devota resignación a la voluntad de Dios. Su padre, Leopold, murió nueve años después, también después de un período de enfermedad. La última carta de Wolfgang a Leopold desarrolla la idea de la muerte como un designio divino que es, por lo tanto, una bendición, o “la llave para nuestra felicidad”. En ella, Mozart no sólo reflexionó acerca de la muerte en abstracto, sino también sobre la suya propia. Describió su relación con la muerte como una amistad, y afirmó que su imagen no era aterradora, sino consoladora.
Imagen 2. «Estudio para la Muerte de Mozart», de Mihály Munkácsy (1886).
¿Por qué es, entonces, tan dramático su Réquiem K. 626? Su expresividad emocional es ejemplar, con un carácter casi plañidero en los momentos de ruego, el Introitus (“Dale, Señor, el descanso eterno…”) y el Kyrie (“Señor, ten piedad…”). En la secuencia Dies Irae, donde el texto se refiere al Juicio Final, el miedo a la condena eterna y a la ira de Dios se expresa musicalmente con tanta contundencia como el miedo que inspira el aria de la Reina de la Noche en su ópera La Flauta Mágica (K. 620). La emoción viva parece ir de la mano con la solemnidad en toda la obra, y a esto se le puede dar una interpretación tentativa en la relación de Mozart con la muerte cercana: el dolor por la muerte de su padre.
Si bien Wolfgang se había alejado de su padre al mudarse a Viena y casarse, durante toda su vida había mantenido con él una relación bastante estrecha. En una carta para su amigo Gottfried von Jacquin, expresó su dolor ante la noticia. Mozart no pudo asistir a los funerales de Leopold en Salzburgo, pues cuando recibió la noticia, ya debían haberse efectuado. Sin embargo, poco más de una semana después que su padre, el estornino que había tenido como mascota por tres años murió también, y fue despedido con una ceremonia que incluyó música, una procesión y un epitafio escrito en verso. No es difícil imaginar esta despedida como un acto compensatorio, otorgándole una salida tangible a la emoción que debió acompañar a una noticia intangible.
Imagen 3. Monumento a Mozart en el cementerio de St. Marx, Viena (In Mozart’s Footsteps, 2010).
A pesar de lo ilustrado de la filosofía de Wolfgang acerca de la muerte, ésta continuaba representando un misterio. El encargo de un Réquiem por parte de una figura anónima fue interpretado por el compositor como un mensaje personal de la muerte, y la ausencia de un fin claro para la obra representó un enfrentamiento cara a cara con el fin máximo. El Réquiem fue compuesto en una carrera contra el tiempo que Mozart no pudo ganar, tiñendo de angustia y dolor la última obra de un compositor por demás representativo de los ideales de la Ilustración. Es cierto que al dejarlo inconcluso no pudo dar su última palabra cabal sobre la muerte, dejando la orquestación de los primeros movimientos y la composición de tres más para otras manos. Pero en las melodías que se sabe que provienen de su pluma nos deja una experiencia de la muerte como un destino ineludible, no racional y perfecta, sino sobre todo íntima.
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