Los covers de Ana y Jaime

Por: David Vargas Serani

Recuerdo a Ana y Jaime como una escucha formativa. En los largos viajes durante las vacaciones, sonaba en el carro un disco que reunía las grandes figuras de la Nueva Ola, como Vicky, Oscar Golden, y, por supuesto, los hermanos Valencia, Ana y Jaime. Más allá del hecho de tener las canciones grabadas en mi mente por ser, me parece ahora, el único disco en la guantera del carro, escuchas posteriores me han permitido sentir asombro por la música de estos artistas.

            Parte de mi asombro viene de la variedad que hay en su repertorio. Canciones de protesta nada sutiles se intercalan con irónicas adivinanzas, baladas acústicas alternan con canciones oscuras y psicodélicas, con arreglos de órgano que nada le envidian a los de Ray Manzarek, de The Doors. Mi fascinación se complementa con el hecho de que, a pesar de que cada canción tenga estilos tan distantes, todas son, reconociblemente, de Ana y Jaime. Todas comparten, por ejemplo, una sensación de juego, un ímpetu juvenil, rebelde incluso frente a la contracultura del rock durante los años 70 en Colombia, y a la vez, todas provocan, por lo menos en mí, cierto sentimiento dulce-amargo. ¿Viene de una nostalgia por un tiempo que no viví? ¿O, en cambio, de la añoranza de la infancia en que conocí estas canciones por primera vez? ¿Es algo puramente musical, algo relacionado con los timbres de las voces de los gemelos, las progresiones de los acordes, las armonías?

Responder a estas preguntas no es el fin de este ensayo, y quizá sean incógnitas que prefiera no resolver nunca. Es, en cambio, el sentimiento que las impulsa, el de sentir simultáneamente el abrazo del hogar y un vacío en el corazón, de donde viene este ensayo. Lo que sí podré responder es la razón detrás de la variedad en la música de Ana y Jaime: es debido a que muchas de sus canciones son versiones de otros artistas.

Hay ejemplos muy conocidos de esto. En mi infancia, recuerdo a mi hermana mayor contándome que ‘Ni chicha ni limoná’ era una canción del chileno Víctor Jara, a quien los hermanos Valencia conocieron en el Teatro de La Candelaria, como señala Jacobo Celnik en su libro La causa nacional. Otra canción tomada del repertorio de Jara es ‘A desalambrar’, la cual, si bien fue popularizada por el cantautor chileno, fue escrita por el uruguayo Daniel Viglietti. Ana y Jaime, sin embargo, se alejan del formato clásico de la canción de protesta. En vez de usar sólo una guitarra y una voz, su arreglo de ‘A desalambrar’ es muy cercana al rock psicodélico, con un órgano hipnotizante y un bajo que aterriza al oyente. Las dos voces producen a su vez una profundidad en sus armonías que no está presente en sus precursores. Vale la pena mencionar que los hermanos versionaron otra canción de Viglietti, quien era uno de los pilares de la música de protesta latinoamericana: es ‘Dale tu mano al indio’, que en la versión del uruguayo tiene como subtítulo ‘Canción para mi América’.

Otra canción conocida en el repertorio de Ana y Jaime es ‘Soy rebelde’, cantada originalmente por la anglo-española Jeanette. La canción, que en versión de esta última se permea de la extraña belleza espeluznante de la voz de la cantante, no pierde esta calidad en la versión de los hermanos Valencia. En la versión de Ana y Jaime, además, la rebeldía de la canción se hace más cercana, al pensar en que fue una que realmente existió, la rebeldía de los jóvenes que, en medio de acelerados cambios sociales y culturales en un país tradicional, buscó su hogar en la diferencia y la oposición a todo lo establecido.

Una referencia algo menos conocida es ‘Mi país’, cantada originalmente por una figura central de la Nueva Ola: Pablus Gallinazus. Este cantante, nacido Gonzalo Navas, fue cercano al grupo de los Nadaístas, quienes, desde el campo literario, se esforzaron por romper con versos y relatos las mismas normas rígidas que la Nueva Ola hacía temblar con sus guitarras y baterías. La versión de Pablus Gallinazus es un rock’n’roll de manual, excesivamente autoconsciente, acaso con la intención de señalar lo artificioso y mojigato de nuestra cultura colombiana. La versión de Ana y Jaime mantiene el tono juguetón, aunque con un sonido bastante menos vistoso, con dos guitarras acústicas y las dos voces como única instrumentación. Es interesante el juego de contrapunteos entre guitarras y voces, que se unen en una canción fácil de escuchar, que deja consigo, cubiertos en chistes, los lastimosos absurdos de nuestro país, y de su cultura que nunca supo salir de teatros e hipocresías sociales.

Una canción algo menos conocida, ‘Love Story’, fue una versión del tema de la película de 1970 con ese nombre, titulada en inglés ‘Where Do I Begin’. La de la película es una balada muy tradicional, con una instrumentación francamente melodramática, con violines y campanas. La interpretación de Andy Williams, sin embargo, le da una profundidad inesperada a la canción cuando llega el coro, y se siente un controlado arrebato por parte del cantante. La versión de Ana y Jaime es mucho más austera en cuanto al número de instrumentos, pero no por cuáles son: un bajo, una guitarra, y un órgano. Quizá más por el tiempo que ha pasado desde la grabación que por una premeditación del productor de la canción, esta suena como salida de un gramófono viejo que convive con la psicodelia que tanto he alabado en este artículo. Los momentos en la versión original llenos de fuerza llegan a nuevas alturas cuando las voces de Ana y Jaime armonizan. La simpleza de la letra en inglés, al ser traducida, genera un extrañamiento fantástico, en imágenes como “Que el pavimento adquiera un brillo de charol.” Reconozco mi sesgo frente a ‘Love Story’, pues es de mis favoritas de los hermanos, pero sé también que el sesgo está justificado en esta fantástica canción.

Para cerrar, hablaré de la versión, en mi opinión, más extraña de la discografía de Ana y Jaime. Se trata de ‘Nina Nana’. Es una canción cercana al rock pesado que surgiría de muchas apuestas hippies. Vuelven a aparecer los sintetizadores y las armonías, pero aquí lo hacen de una forma oscura y extraña. En nada parece la canción de cuna que sugiere el nombre. Es una canción llena de angustia, tanto por su letra como sus ritmos fuertes y cambiantes. El origen del tema, además, nos habla mucho de cómo funcionaba la música en la década de los 70. Se titula originalmente ‘Ninna Nanna’, en su versión del grupo italiano Capitolo 6. Esta, cantada por Caterina Caselli junto a Dik Dik, ganó el décimo puesto en el Festival de San Remo de 1971.

La importancia del festival se traducía en un afán para que los artistas ganadores grabaran sus canciones en otros idiomas: particularmente en español, por ser lo suficientemente similar al italiano para que los mismos cantantes pudieran hacer sus propias versiones —basta pensar en Umberto Tozzi o Luccio Battisti—. Pues bien, en el disco recopilatorio titulado ‘San Remo ’71 En Castellano’, junto con la reconocida ‘El corazón es un gitano’, con la cual Nicola di Bari venció en el festival, estuvo la canción de Caselli y Dik Dik, pero no cantada por ellos, sino por el quinteto Capitolo 6. La versión de Ana y Jaime es muy similar a la de los italianos, si bien la mezcla y la superposición de las voces es mucho más cuidada en la de los colombianos. Ambas tienen, sin embargo, la misma cualidad hechizante, que se acrecienta al conocer todo el entramado detrás de una canción de rock pesado italiana atrapada entre los Andes.

La magia de Ana y Jaime está en la vida que se presenta, latente, en sus canciones, cada vez que las volvemos a escuchar. Esta se reactivará con la fuerza de la Orquesta Sinfónica de Bogotá en el Teatro Cafam este 7 y 8 de julio. Los invito a asistir, y espero que puedan sentir y revivir la valencia de estos dos hermanos.

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